LA IMPERMANENCIA DE LAS EMOCIONES
—Mami —solloza el niño— Me siento mal.
—¿Qué sientes?
—No sé, es como si me pesaran los ojos y me duele el pecho, siento que no puedo respirar bien, como si también hubiera algo pesado y me duele.
—Entiendo, siéntelo, está bien. Está bien sentir lo que sientes. Permítetelo. —Abraza a su hijo, le da un beso en el pelo y lo deja llorar—. ¿Cómo se siente ese peso?
—Ya no se siente tanto.
La mamá asiente y ambos se quedan en un silencio roto por el llanto del niño. Él siente su emoción y poco a poco, su respiración se regulariza y se siente más calmado.
—¿Cómo estás?
—Mejor. Ya no siento que algo me oprime. Ya siento que me entra el aire.
¿Qué hubiera pasado si, desde pequeños, hubiésemos tenido la oportunidad de explorar las sensaciones y emociones que habitaban en nosotros?
A veces vivimos desconectados y evadir lo que sentimos es mucho más fácil. Sin embargo, si hubiésemos tenido las herramientas para gestionarlo, las cosas hubiesen sido diferentes y sabríamos que las emociones son transitorias, pasajeras, y les daríamos el espacio para manifestarse en lugar de estar constantemente ahí, merodeando, generando confusión, abrumación y un falso sentimiento de soledad.
Al estar desconectados no podemos tocar con nuestra parte sensible lo cual hace que tengamos respuestas automáticas que no nos ayudan a transitar nuestras vivencias. Además, puedes estar tan identificado con un estado emocional que no has soltado, que puede ser muy fácil decir
-“Ah, soy una persona triste”
-“Él es una persona depresiva”
-“Ella es una persona feliz”
El peligro de esto es que, cuando nos identificamos demasiado con una emoción, dejamos la totalidad de nuestro ser. ¿Cuántas veces te has identificado tú con un estado emocional, en qué ocasiones?